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Marc Anthony regresa al Perú, pero en esta oportunidad no llega solo. El salsero compartirá escenario con el colombiano Carlos Vives en un show que se realizará en el Estadio Nacional. La cita musical está programada para el próximo sábado 12 de agosto. Mientras tanto, compartimos el artículo escrito por nuestro colaborador Iván Yllahuamán.

 

El Zorzal de Harlem, Marc Anthony

TRAVESÍA FICTICIA DE UN OUTSIDER MUSICAL

Iván Yllahuamán

 

“Desde Héctor Lavoe no aparecía un cantante así, como Marc Anthony”.
 Johnny Pacheco.

 

Nueva York ciudad del mundo y de las razas. Centro financiero y cultural. Paraíso de montañas de concreto y acero que intentan desafiar los cielos. Océano de hombres y sueños donde Dios reinventó la música como preparando una ensalada: sal, pimienta, limón, mayonesa, ¿Qué más? ¡Ah! La sazón de sus artífices negros y el ingrediente divino que, por gozar de ese atributo, no se me está permitido revelar. ¿El nombre? ¡Jum! …El mundo está saturado de palabras, por ende algunas tienen que  reformularse o significar infinidad de cosas a la vez -Garcilaso escribe que “huaca” tiene más de 15 acepciones-. La llamaron “salsa” porque aunque no se comía, poseía color y …sabor.

 

La más cosmopolita de todas las urbes se gestó en Manhattan, en esa isla bañada y dibujada por el Hudson, el Harlem y el East River. Ínsula que se pobló de sur a norte y que hoy es un gran ‘borough’, albergando a más de 1’428,000 habitantes venidos de todas partes del orbe por culpa de aquel monstruo de incontables cabezas que los sociólogos llaman inmigración.

 

Marc Anthony 04

 

En la serpentina que forma la orilla izquierda del Río del Este se halla nuestro hombre. Es un tipo enjuto de cabellera larga y ensortijada que lleva un álbum bajo el brazo. Achinando los ojos se alcanza a leer los diminutos signos de la placa cuya tinta azulada refulge: Rebel. Tal parece que va dar inicio a una aventura chicana o va emprender un largo viaje a lo desconocido. Desistimos de esta última idea porque no apreciamos comitiva alguna que lo despida. Esperen … Sí, ahí, en el claroscuro se divisa a alguien; un vigía de andar y vestir desgarbados que eleva la diestra en señal de adiós y buena suerte. Por toda respuesta nuestro aventurero susurra un: -“thank’s you Little Vega”-, con  la gratitud estampada en su marfileña sonrisa de gazapo y en sus desorbitados y dormilones ojos locos.

 

Su clavado es casi perfecto y, aunque el agua está frigidísima, sus braceadas son firmes y placenteras. Su morral repleto de sueños no ansía los lujos ni el dinero que abandonó en juveniles clubes nocturnos para cruzar este gran charco, persiguiendo el rastro del llamado de la sangre. Sus gafas de intelectual le permiten divisar a aquellos que realizan el viaje, pero en sentido inverso, con estilos esforzados y los iris estampados de verdes y fulgurantes billetes. Turbados por la sorpresa, los mojados lo saludan con asombro y respeto; rarísimo les parece que alguien haga el cruce desde el otro lado de la acuática serpiente. El flaco recibe las afables muecas y les sonríe con pasmosa serenidad, mientras se interna en las profundidades submarinas atraído por el brillo estelar de algo que parecen estrellas de mar y que no son más que las placas rutilantes de aquellos que atravesaron sus aguas en tiempos pretéritos y que el fondo marino conserva como un tesoro inmarcesible.

 

Uno que reza “Crossover Dreams” llama poderosamente su atención y es feliz por que es la estrella del hombre y amigo que lo ha marcado musicalmente: El poeta de la salsa, Rubén Blades. Inmediatamente su recuerdo vuela hacia su madre, la señora Guillermina de Muñiz, que entre discos de vinilo y canturreos matutinos le presentó a Benny More, Mon Rivera y, “El Malo del Bronx”, don Willie Colón. Su mente lo transporta  al 16 de septiembre del 69; ahí en el mismísimo barrio de Manhattan, observando su nacimiento y, ahora rodeado de sus siete hermanos que lo señalan  burlonamente porque a su progenitora se le ha antojado ponerle nombre de ranchero mexicano; su preferido: Marco Antonio Muñiz. Su padre, don Felipe “Trucutú” Muñiz, asiente socarronamente pues adora la música y anhela que el pequeño Marco, con el tiempo, se forje como cantante.

 

El agua parece dibujar las facciones de su primer maestro de piano, allá en el East Harlem del 1976, Johnny Colón. Los peces burbujean pero a él se le antoja que están tarareando “El último beso”, bolero salsoso-confesional que papá acaba de componer ¿o compuso en su infancia? y que le sirve de caballito de batalla para su atrevida incursión en los predios tropicales. Y ahora está todo flaquito y estentóreo, interpretando ‘house music’ en discotecas subterráneas y obliteradas a los oídos del mapamundi musical. Sus oídos perciben letanías de rock, rhythm and blues y hasta Joe Cocker, Air Supply y José Feliciano se hacen uno en el contrapunto de sus sentidos.

 

 

Continúa atravesando la línea, abandonado a la corriente y percibiendo otra nota; retumbantes sonidos de tambores batá le estremecen las raíces y la furibunda corriente del East River le activa el ardiente y cimbreante flujo latino que dormitaba en sus venas -como “flojo cognac” diría Vallejo-. Pero si fue hace apenas unos días cuando llamó desesperado a ese manager que ahora lo reclama constantemente. Iba manejando por la arteria principal de la isla cuando lo sobresaltó la radio de su auto: “No sabia de tristezas, ni de lágrimas, ni nada, que me hicieran llorar…” El rey midas y la piedra filosofal  ¡Eureka! Cogió el auricular, marcó un número que sabía de memoria y se hizo escuchar con una certeza que no se le conocía hasta ese momento: -¿David?, Totalmente decidido. Grabaré en ritmos calientes; sobretodo “Hasta que te conocí”, una canción de Juan Gabriel que acabo de escuchar… ¡Chekerauuuuuuuu!.

 

Casi termina de vadear el río. En la orilla norte lo aguarda un comerciante montado en un camello; es algo gordo y barbado con apariencia de alquimista pero su indumentaria lo revela como negociante. Su nombre es Ralphy Mercado y su incipiente obesidad hace juego con el matraz y el alambique de perfumista curtido que lleva entre las manos, ahora que se le ha antojado hacer combinaciones. Marc observa atónito semejante parafernalia y al grupo de especialistas que acompañan al empresario, gentes que sólo conocía por fotos de diarios y portadas de long plays. Personajes legendarios como Oscar d’ León, “Cheo” Feliciano y Pete Rodríguez;  la guardia nueva del género: Ray Sepúlveda, José Alberto “El Canario” y Johnny Rivera; sin embargo a él lo seduce un canto que parece provenir de Nueva Delhi: las melodías de Linda Viera Caballero, sencillamente, La India.

 

En el puerto ocasional se ha improvisado una enorme catapulta a la cual Marco se trepa sin protestar acompañado de la fémina. Es el principio de las cosas. Salecita por aquí, azuquita  por  allá y…La Combinación Perfecta. El novato sonríe a placer apretando los párpados mientras realiza un auténtico viaje a la semilla. Su trance le muestra que el derrotero había sido casi borrado, pero nunca olvidado ni negado. La hembra lo toma del brazo haciéndolo volver intempestivamente. –¡Marc! Ya, despierta.  Hay que vivir lo nuestro…

 

Y la catapulta lo elevó a los cielos, desde donde lo observó medio globo terráqueo porque una cosa es que te veneren en discotecas juveniles y otra muy distinta que te dance toda la raza latina. Y ese pelucón con ‘look’ de rockero y barbita desaliñada se hizo inquilino del Madison Square Garden las veces que le dio la gana; compartió tarimas con luminarias de la envergadura de Tito Puente y Gilberto Santa Rosa y, ha grabado en los géneros que se le ha antojado, dando muestras de un eclecticismo hasta ahora no visto en un intérprete de salsa. Sus performances son espectaculares, haciéndose amo del escenario las horas que dure su concierto de notas y fraseos embriagantes.

 

Marc Anthony 2

 

Su inspiración es innata y su espontaneidad deliciosa. Su sencillez le impide proclamarse sonero porque, según  afirma, no se matriculó en la escuela del guapeo, por ende no sabe de teorías jíbaras, pero sí goza de técnicas innovadoras que lo convierten en  un interprete genuino y peculiar, único en su género. Sus melodías contienen acordes arrobadores y de improvisaciones extasiantes, completando  un círculo perfecto cuyo génesis fue Manhattan y su pináculo la cima de los cielos. Su versatilidad atípica se ha paseado por el house music, salsa, bolero, balada, pop y demás híbridos que él ha sabido trabajar y entregar  a la horda de fanáticos que hambrientos aguardan cada nueva producción suya.

 

El universo le pertenece de principio a fin como su trayectoria misma cuyo Puerto de Palos fue el barrio hispano de Harlem que, sin conocer de paradas definitivas, terminó haciendo escala en las raíces de la humanidad y de la música: África Negra. Su verbo no imita sino más bien recrea. A cada reinterpretación suya, el oyente termina preguntándose: ¡¿Qué quién suena mejor?! Si nuestro Marc Anthony o el cantante original. Y es que este prodigio ha refundado la salsa, sin ambiciones ni  aires de conquistador, con sus exordios plagados de romanticismo y sus remates sandungueros y violentos a la vez. Quién puede dudar de su estirpe boricua. Ahí están para desmentirnos sus versiones de “Aguanilé”, “Trucutú” y “Jíbaro soy”; si aún así continúan los escépticos, los enmudece con sus notas líricas y sus boleros cortavenas : “Hasta ayer”y  “No me conoces”; si a pesar de todo surge la crítica xenófoba e intolerante, el responde con un himno que declara su verdadera nacionalidad :  “Preciosa”del maestro boricua Rafael Hernández.

 

Un buen día este newyorkino enjuto, de la voz amable, quiso que lo conociera el otro hemisferio y otra vez saltó la línea porque el prestigio es un imán invisible forrado de billetes cuya consecuencia es la fama, una alfombra voladora que nadie puede ver pero a la que todos quieren subirse. El resultado fue Marc Anthony, triunfal ingreso al mercado anglo con dedicatoria incluida a su adoración Arianna Muñiz: “My baby you”.

 

Ahí mismo Dios creó y le mostró a la mujer: “Yo vivía algo hermoso, algo divino, lleno de felicidad…” La reina del orbe, antes miss borinquen, Dayanara Torres. Entre canciones y miradas nació el amor y dos vástagos que son su felicidad y motivación: Christian Anthony y Ryan, sin embargo el paraíso es un lugar al que se arriba sólo muerto y tras cuatro años, un mes y catorce días, un acta de divorcio irrumpió en su camino con insolencia. Ya los antonianos ojos se habían detenido a contemplar las pupilas, y algo más, de una amazona que debieron apellidar  perfección, la exuberante Jennifer López, con quien ya había grabado “No me ames” (On the six. 1999. Sony Music) y a la que condujo al altar apenas una semana después de haber oficializado su separación. El epicentro de este escandaloso enlace tuvo su noche de gala un 13 de febrero del 2005 en la ceremonia del Grammy, donde por primera vez unieron sus voces en público, y develaron los misterios de su romance que se había mantenido oculto, a través del éxito “Escapémonos”.

 

Marc Anthony 3

 

Este divo con inclinaciones de fotógrafo y pintor ha paseado su otro talento, el histriónico, por Broadway. Ahí están para atestiguarlo sus 68 presentaciones regulares en la obra The Capeman, al lado del no menos célebre, Paul Simon. En Hollywood  se ha tuteado con Al Pacino, Jorge Porcel, Nicolas Cage, Salma Hayek, Denzel Washington y Dakota Fanning, entre tantos. Se ha subido al escenario para cantar y encantar con princesas como Thalia, Jessica Simpson, Olga Tañón, Ana Gabriel o Ednita Nazario. Le ha producido un disco a su flamante y despampanante exesposa: Rebirth (2005); ha acariciado repetidas veces el premio Lo Nuestro y ha besado el Grammy gringo en 2 ocasiones. Un palmarés brillante que no hace otra cosa que refrendar su talento y su capacidad que aún no conoce de límites por que este hombre es un  inventario abierto.

 

Le ha rendido un tributo al más grande del género, conjuntamente con Jennifer López: la película El Cantante, inspirada en la azarosa vida del mítico “Flaco de Oro”, Héctor Lavoe. Y pensar que en Lima pasó como un desconocido en su primera visita y ahora una entrada para oírlo sobrepasa los cien dólares ¡Bah! La vida es una película en la que nadie elige su papel, pero algo podemos hacer para cambiar parte de nuestro guión. ¡Y qué lo diga Marc Anthony!.

 

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