MamboInn Radio

post-header

DIOS EN EL CIELO. EN LA TIERRA, ROSARIO

Eloy Jaúregui Coronado

 

LADO A

 

Ese humus popular que la copla, el refranero y el romancero alimenta con una frescura tan renovada como la Biblia o las Mil y Una noche.

[J.G. Cobo Borda. «García Márquez: contar cantando»]

 

Y el imaginario se hizo ritmo y existió entre nosotros. Así, entender a plenitud lo que es el ritmo -la penetración y marcación erótica en la música- y aquello que llamamos “lo negro fidedigno” en la música y poesía de afroamérica,  no tiene ninguna intención folclorizante, ni asomo alguno de paternalismo ni, mucho menos, contenido ideológico inmediatista. Es el canon y la condición imprescindible para acercarnos a sus construcciones naturales casi siempre celebratorias de las características intransferibles de la cultura africana hecha mulata en Cuba y piña y pelvis coladas en Puerto Rico.

 

El ritmo musical boricua no tiene la inmersión etnomusical en perspicuidad y abundancia como existe con los estudios cubanos -Carlo Borbolla, Gérard Béhague, Alejo Carpentier- . Puerto Rico, que atesora una cultura con una rica fusión genética taína, europea y africana y una vasta variedad instrumental, también canta y celebra la estética corporal y artística de los pueblos marcados por el signo del Caribe [1]. Cierto, así como Homero lo hizo con los seres del mundo helénico; Virgilio con los huidos del incendio troyano y llegados a las costas soñadas durante el largo viaje, para inventarse las primeras formas de lo que sería el mayor imperio del mundo conocido; Shakespeare con los alucinados navegantes que partían de su patria cercada y estrecha para, venciendo océanos y tormentas, ensanchar la visión de la tierra de los hombres; Rubén Darío con la América mestiza, sus raíces y su lengua común; Walt Whitman con los industriosos americanos del norte y sus sueños de democracia y tolerancia; Cavafis reconstruyendo las imágenes y los cuerpos helénicos en la ciudad capital del rescoldo helenístico; García Lorca con la raza de la verde luna, perseguida, pero dueña de su mismidad irreductible; López Velarde con sus mitologías sollozantes y sus ídolos a nado y tantos otros, siempre muy pocos, capaces de reunir las características señaladas por T.S. Eliot para definir a los poetas nacionales y hasta nuestro César Vallejo con su ritmo textual de los descendientes desposeídos de nuestra gran cuenta pendiente con la factura precolombina y la república imposible.

 

De la bomba al Afinque

 

Para la mayoría de expertos boricuas que afirman que la primera música que se compuso en Puerto Rico tenía fines mágicos y religiosos y que cuando surgieron las grandes civilizaciones, ya había instrumentos autóctonos, imaginar que ahora la isla es llamada la “Cuna de la Salsa” les resultará harto curioso. Un ejemplo es la guitarra, aquel instrumento occidental más usado en casi todas las culturas de extramares con sus diferentes variantes. La guitarra figura de modo prominente en la música de Puerto Rico. La clásica, de seis cuerdas la llevaron los colonos españoles pero ahí mismo apareció una variante exclusivamente autóctona, de corte para  la música popular: el cuatro.

 

Guitarra montuna hubiera dicho alguien porque nació en la montaña y estaba hecha de bloques sólidos de maderas locales. De cinco pares de cuerdas y es conocida por sus tonos y sonidos únicos y diferentes (hay que oír a Yomo Toro después de la medianoche). Oiga, pero también es boricua el triple, la bordonúa y el requinto, que improvisa el sonido agudo en la Bomba. El especialista en Plena, Elmer González, cuenta que a comienzos del siglo XIX muchos de los músicos eran de origen humilde y tenían que ingeniárselas para fabricar sus propios instrumentos, de lo cual resultó un interesante ritmo musical que forjó una exótica combinación sonora, y tal como agregaría después: «en Puerto Rico decir artesano es decir músico». Pero mientras la Bomba se origina entre la población de esclavos de la industria agrícola, la Plena es de origen urbano. Así que con la Bomba, no hay duda, tiene una raíz africana y hoy es por genética de las cinturas, la abuela de la Salsa.

 

Pero arrimémonos a la mitad del siglo XX en San Juan de Puerto Rico. El fin de la gran guerra y la influencia del jazz. En los grandes cabaret existía un retinto sentido xenofóbico contra aquellos ritmos que bajaban de los montes. En Nueva York, la colonia puertorriqueña, en cambio, mantenía otro calibre racial [2]. Un músico como Tito Rodríguez había tomado la posta de un grande como Glenn Miller aunque el aserto resulte exagerado y otro Tito afinaba sus navajas baqueteras. Quien iba a imaginar que en 1947, iba a radicarse en la Gran Manzana un joven de nombre Fernando Luis Rosario Marín, un puertorriqueño nacido en Coamo el 6 de mayo de 1930 y que en su tierra, desde muy joven mostraría inclinaciones artísticas de niño precoz. Ya a los 6 años recibía clases de guitarra pero ese no era su instrumento. Después le pidió a su madre estudiar el saxofón, sin que éste instrumento tampoco le llegara a entusiasmarlo. Ambicioso e insaciable, a los16 años organiza el Conjunto Coamex, con un estilo que mezclaba danzones, cha cha cha y Plenas. Amenizaba fiestas y una que otra vez llegó a la radio. Un año más tarde se marchó para El Barrio en Nueva York, donde puliría su estilo como percusionista con las orquestas de Noro Morales, Aldemaro Romero y Johnny Seguí, así como con Joe Quijano y Wilfredo Figueroa. Entonces dejó de llamarse Fernando Luis y en 1950 se bautizó él solo como Willie Rosario.

 

Machito, Tito y el otro Tito

 

Willie -según le contó a Tite Curet Alonso- empezó a interesarse en los timbales tras ver a Tito Puente tocarlos en el famoso Palladium Ball Room de Nueva York. Era un fenómeno el maestro, confiesa. Pero que lío, también admiraba al gran percusionista Ubaldo Nieto, aquel que hacía llorar los cueros en la banda de Machito. Fue Nieto quien lo ayudó definitivamente a moldear su estilo. Luego sus ansias lo llevaron a tomar clase de batería con el músico judío Henry Adler. Rosario ya tenía 22 años y en aquel tiempo le encantaba ir colgado del Sexteto Puerto Rico, la Orquesta de Rafael Muñoz con su cantante José Luis Moneró, Mingo y sus Whoopee Kids con la cantante Ruth Fernández, y a la organización de César Concepción, quienes le habían sacado lustre a la música boricua en todo Nueva York.

 

 

En los años que las big band comienzan a tener un bajón por la aparición del rock y ya con 29 años, Willie Rosario formaría su primera banda. Unido al tresista Luis «Lija» Ortiz -quien grabara con Panchito Riset- luego trabajaría con el Conjunto de Johnny Seguí en 1953.  Rosario había trabajando con varias orquestas, incluyendo la de Noro Morales y a pesar de su juventud era un experto en el baile. Cuando el maestro Seguí se mudó a Puerto Rico, en 1958, Rosario se dedicó a organizar su gran banda. Fue así como la orquesta de Rosario hizo su debut oficial en el Casino Broadway, ubicado en la 137th Street con Broadway y eso ya es histórico.

 

“Algo tiene este negro”, decían los bailadores y vamos que en ese momento, el que no bailaba en las noches neoyorquinas o era cojo o caminaba como chencha. Su banda al cabo de un año llegaría a convertirse en una de las más aclamadas en el mercado latinoamericano, particularmente en los más prestigiosos centros nocturnos. Su agrupación se asomó a la escena neoyorquina cuando aún reinaban las orquestas de Tito Rodríguez, Tito Puente y Machito. Su primera gran oportunidad de empleo fue en el Club Caborrojeño de Nueva York, donde sobrevivió durante casi tres años. Como músico, el público pudo apreciar sus grandes dotes en diversas presentaciones con la orquesta de Herbie Mann y el grupo Alegre All Stars. Asimismo, ejerció como disc jockey y locutor en distintas emisoras de la ciudad de Nueva York.

 

El sonido de la orquesta  de Willie Rosario siempre ha sido muy distinto al eco de la Salsa puertorriqueña. El uso del saxo barítono, cuyo vibrar sirve de sostén en los mambos de cuatro o cinco trompetas sonoras -cualquier parecido a la Ponceña es mera coincidencia- dirigidas desde mediados de los sesentas por el gran jazzista Humberto Ramírez, mantienen el guajeo en consecutiva manera en 4 ó 6 compases sobre el ritmo del 4 x 4. Los arreglos balancean la cadencia de los acordes y las notas a través de la clave cubana de forma simple y sencilla, le imprimen un estilo supremo mientras las costillas del timbal izquierdo del maestro se utilizan en pocas ocasiones, amén de tener siempre presente al bailador con unos arreglos que hacen sencilla su danza sea diestro o cojo. Esta combinación hizo de Rosario la mayor propuesta salsera a mediados de los ochentas.

 

 

Para muchos estudiosos, éste fue el tiempo del merengue arrollador, en que tímidamente el 2 x 3 de la clave despertó con los desentonos y las muy terribles y horrendísimas desafinaciones de los ya casi desaparecidos Eddie Santiago y Willie Gonzales; y donde el ya fallecido Frankie Ruiz tomó la bandera de los salseros. Entonces dos Willies defendieron el mestizaje auténtico de la música «dura», Colón y Rosario. En la orquesta de este último, otro sonero se batía como un león. Era Gilberto Santa Rosa, quien seguía siendo «el gordito de la banda de Rosario que canta bien». Fue un año más tarde que el locutor boricua Héctor Castillo lo presentó en alguno de sus programas de televisión con una versión del son cubano de Adalberto Álvarez  “Agua que Cae del Cielo”, rebautizada en Puerto Rico y Nueva York como “Lluvia”. Esta fue la pieza con que Gilberto se escuchó en grande en el planeta de la Salsa y el resto ya es conocido.

 

Botaron la pelota

 

Con el disco Afincado, pronto a cumplir 20 años, Willie Rosario, con la voz cada vez más aconchabada de Gilberto, redimensionan un tema clásico del gran Bobby Capó:  “Botaron la Pelota” -hoy y sin equivocarme, la Salsa del 2003 en el Perú, gracias a la difusión de Radiomar Plus– que sonó cada vez con más insistencia en todas las radioemisoras del Caribe antillano y desde Canadá hasta Pisco [3]. Fue un disco memorable, que esa noche del 19 de abril de este año en la entrevista que el doctor Luis Delgado Aparicio le realizara al maestro Rosario, vía telefónica, para su programa Maestra Vida, el gran «Mr. Afinque», quedó sorprendido que su amigo Lucho le confesara que “Botaron la Pelota” era la número uno en la Salsa de la emisora de Chorrillos. Cierto, aquel mítico Afincando tenía otros títulos. Recuérdese. “Cuando se Canta Bonito”, “El antifaz”, “Me tendrán que aceptar” y el primer homenaje que Willie le ofrece a Tito Rodríguez,  “El Yambú”, tema inspirado por el gran compositor-bajista cubano y director del Septeto Nacional, don Ignacio Piñeiro.

 

[1]       Benny Ayala asegura que la Bomba, que nació como medio de expresión para contar penas y amarguras, las noticias del pueblo y los sentimientos «del negro», más tarde se transformó en un instrumento de cohesión y de lucha contra esa triste realidad, donde sus estrofas dieron cabida al afán de libertad. Actualmente la realidad es otra, aunque sus orígenes no se olvidan.

[2]       En La Vida, el antropólogo Oscar Lewis define bien los usos públicos de la música en Nueva York frente aquel movimiento que se producía en San Juan.

[3]       Curiosa resulta la contratación de Gilberto Santa Rosa a la banda de Rosario. Fue durante las fiestas patronales de Bayamón en 1983. Ese día martes, Santa Rosa cantó en el acto principal con la orquesta de Tommy Olivencia y allí terminó su contrato. Durante la mañana del miércoles, firmó con Willie, al mediodía ensayó y en horas de la tarde vocalizó, para la sorpresa del público nuevamente en el mismo lugar en el que el día anterior había cantado.

 

willie-rosario-2

 

LADO B

 

Su música en vivo había recorrido casi todo el mundo pero a este genial intérprete de la música popular latinoamericana le faltaba conocer unos de los rincones más sabrosos del planeta: El Callao. Este puerto peruano donde los «duros» son globulosos y los «bravos» habitan en las esferas del goce musical. Por eso, aquella noche del 16 de agosto del 2003, cuando el músico puertorriqueño apareció con su gran banda frente al pueblo chalaco, al fin se había cerrado el círculo del sueño. Al Perú sólo le faltaba conocer a un grande de la Salsa y ahí estaba el maestro Willie Rosario y su exitosa trayectoria musical alimentada por mantener una posición vanguardista e innovadora. Entonces la noche porteña se llenó de esplendor y era cierto que ese virtuoso de visión futurista que ya en 1987 se había merecido una nominación a un Premio Grammy, habitaba entre nosotros. Esta es la segunda parte de la Crónica del catedrático, periodista y poeta Eloy Jáuregui sobre la historia de Mr. Afinque.

 

Saltan de la siesta y alistan la cintura, / la flauta es el cordel que sigue la cintura en el sueño/ la cintura es la flauta destapada por las avispas.

[El Coche musical. «Dador». José Lezama Lima]

 

Decía -y como solamente sabe decirlo Guillermo Cabrera Infante- que el ritmo es una cosa natural, como la respiración. Y aquí lo cito en este sitio: «Todo el mundo tiene ritmo como todo el mundo tiene sexo. Lo que pasa es que el ritmo es como el sexo, una cosa natural. Y lo mismo pasa con ambos pero más con el sexo, que los pueblos primitivos no conocen la impotencia ni la frigidez porque no tienen pudor sexual, como tampoco tenían pudor rítmico y es por eso que en el África hay tanto sentido del ritmo…» Qué de dónde es la cita. Lo confieso sin pudor, de mi libro de cabecera [la cama redonda, las sábanas negras y ella retozando en las alas del ritmo], Tres Tristes tigres, un texto para leer en voz alta y con una mano o un sexo para el amor sólo con los ojos húmedos. Y hablo del ritmo muscular y ese otro que funciona en concierto sincopado en el lóbulo derecho cuando uno tiene -bailando, valgan verdades-a la dama al costado izquierdo que es donde el cuerpo ingresa en el lugar sin límites ubicado entre los pagos de Dios y Marx. Quiero decir, el paraíso del goce más cárnico que espiritual.

 

Entonces, el Sétimo Festival Internacional de la Salsa Chim Pum [1] Callao; cierto, que ya es toda una institución salsera en el Perú y que ha traído a estas playas a los mejores hijos de los cueros, las blancas y las negras, los vientos del trópico y la metalírica de las esquinas del Nueva York latino, y que ese sábado 16 de agosto del 2003 había importado a Johnny Pacheco, a la New York Salsa All Stars con el piano del peruano Lucho Cueto, el tres del legendario Yomo Toro y tres enormes soneros de raza: Tito Allen, Adalberto Santiago y José Mangual Jr. Grupo de fuelle y libertad inspiradora en los viejos dioses del África lejana, abriendo al mejor estilo de Fania All Stars para sellar su actuación con Dinamita, Indestructible, Campanero y otros clásicos. También había sobre la tarima un joven de sangre volcánica con prolongación de la memoria sonera: Víctor Manuelle, que repetía con clase su estilo muscular del año pasado que dejó su impronta marcada en el pueblo porteño.

 

willie-rosario-3

 

Pero el pueblo de la Salsa había viajado hasta el puerto en busca de las raíces de la música que está hecha para el bailador. E impecable y con esa maestría que no es de estudio sino del contrapeso del salón de baile, así apareció el maestro Willie Rosario. Tres cantantes -distintos, diferentes pero ensamblados a la textura de la rumba-. Ahí estaban Pupy Cantor, Rico Walker y Miguel Ángel Rodríguez «El Canito de Sabana Seca». Limpieza rítmica, armonía sonera, y desparpajo de dulzura. Qué tocaron más de una hora. Que cambiaron el ritmo, que se botaron con El Callejero y Cuando Se Canta Bonito. Y luego, en ese segundo aire de los artistas de clase llegó  La Mitad, Mi Amigo el Payaso, y ese antológico tema del viejo Pedro Flores y que por pura justicia poética, los peruanos lo hemos vuelto a poner de moda: Botaron la Pelota.
Pero qué hace que Willie Rosario sea un músico diferente. Dicen los que saben que si el swing de Willie Rosario no lo pone a bailar, usted está muerto de la cintura para abajo. Y cerca de medio siglo de consistencia, sabor y, sobre todo, disciplina, lo confirman. Sus discos en «vivo» -Alex Grijelmo me corregiría que no hay discos en «muerto»- son la verdad rotunda que haya frío o calor, haga sol o no salga la luna Rosario es un motor del deseo. Qué otra cosa es el baile. La danza donde los cuerpos se amalgaman e ingresan a la galvanización de la piel del erotismo, como esa negra azabachada, la negra en short y esas piernotas. Negra la música mulata y los cueros tostados. Negra la caja negra sobre la vereda nívea y el sol inconmovible en el techo del universo. Aquí, en la avenida Guardia Chalaca, en el barrio de Bellavista, y el negro izando una cerveza de espuma blonda, un cigarrillo trepidante en su bemba bermeja y su flujo zarandeando sus glóbulos negros. Y «Cambia el paso, busca el ritmo, olvida ese rock and roll y ven a bailar latino». Y Bobby Capó o J.S. Bach de etiqueta negra -maestro de las fugas y corcheas- achocolatado por este hijo de Borinquen, ahora en la explanada del parque Yahuar Huaca en el epicentro del contoneo bullido y perpetuo.

 

Y la gente, previa parihuela traficado y trepidante del decoroso jurel y los cangrejos y los choros, se arroja de cómo un clavadista disfrazado de ángel a la vía del licencioso traveseó. Es sábado en las orejas de mi burro hubiera dicho Vallejo y en las furias y tripas del carnaval chalaco -agua y fuego confundidos-. Es que aquí, en el puerto, la humanidad es ortodoxa y vitalizan sus genes con los ritmos del arrechamiento puro. Sed sensual y salaz, y hay mi amor, déjame que te chupetee el pescuezo.

 

willie-rosario-orq

 

Aquí Willie Rosario confirma que sus seguidores son carnívoros, los chalacos y limeños y suelen trajinar, sedentarios, sedientos en busca de la rumba, la zambra y el sarao. Porque la música tiene coro celestial y una caja de cerveza es incapaz para tanta dulzura, y hay también que solemnizar al Héctor Lavoe, tremendo canalla de la salsa metafísica: «Y aléjate de mí, falsaria, no te quiero más…», y que ahora tiene monumento, y la gente dice que el busto tiene un aire a Carlitos Loza y está ubicado en el retablo de Guamán Poma de Ayala en versión pop integral latino -el espacio construido para el florecimiento de la diversidad- es también un pretexto para las muertes dignas, chonguera -y el chongo es el templo, la meca de las licencias- y cachacienta. Así Rosario ha reunido nueve barrios donde cruzan su verduguillo las costillas de su timbal y yo le hago un guiño para que toque por los dos flancos y el maestro sigue marcando mi miocardio y todos aquellos que siente en el tejido clasemediero de su textura, que esa es la música que hace tiempo esperaba: El callao, La Victoria, Rímac, Surquillo, Barrios Altos, Breña, Lince, Magdalena y Barranco. Cotos del sublime faje, epicentros del coito retrechero. Jamás Comas, menos Surco, nunca la inacabada La Molina. Allá la conmemoración del festejo natural. Acá, la urgencia de la prosperidad moderna.

 

Por qué, qué hizo el maestro Willie Rosario en Lima. Confirmo que la Salsa es única. Que no hay eso aquello que le dicen «salsa monga». Y atravesado de silbidos y extrañas pestilencias, el barrio en B mayor es su masa masiva, polifónica y rítmica -la cultura de la FM ¡Ay qué rico!-. Dos de la tarde en La Punta -y desde esa hora había que ir remojando el guarguero- y mientras reposa la líbido del pueblo luego de mojarse desde el occipital hasta el occipucio, sereno el diablo de las pelvis, casi calatos, los palpitantes han agarrado un balde, un vino rascabuche, harta Pilsen Callao y su respectiva caja negra y sonea el recordado Junior Toledo y luego parece el Tony Vega y después se acopla Gilberto y al coro y a sus papilas se le reseca la sed jurasica, pero igual, se prepara otro balde de “lija” y otro más y las fauces agudizadas olfatean a sus víctimas, las provocan, las humedecen y la carne atrapará la carne antes que el sol se muera.

 

La tarde es antibolero y anti Luis Miguel frente al mar. Y el grupo del maestro Rosario, voluminoso y su «afinque» [2] en todo lo alto, centellea en el asfalto. Y el horizonte. Porque aquí habitan las gargantas más bravas del planeta ¡Y sacúdela!. La señora Charún, negra honoris causa, cebichera y matrona y aún con la cucaracha y su refajo caliente de limones, ha desenfundado nada forastera sus dientes blanquísimos, su grupa puesta en una silla muelle, modelo pata de chancho y festeja a sus nietos peloteros. En la esquina escuchan radio Mar, junto al bar de Arturo, y también otra caja negra atesora las memorias de Tite Curet Alonso y Celia Cruz y Juancito Torres. Y la cuadra es ya un irisado campus del baile salvaje, la danza ¡hosanna! torbellínica. Corre el trago y los fantasmas divinos de Ismael Rivera “Maelo“ y hasta el Héctor Lavoe inflaman la memoria y su fama nocturna y los cuerpos latiendo en anteojos oscuros latiendo, se brindan sicalípticos en los callejones de ceniza y late el corazón desvergonzado aguardando al ángel de herrumbre, en otra calle, en su valle eterno.

 

 

Y como dicen por ahí, con la reciente moda de conciertos que se graban desde la consola (o por cualquier otro medio) y luego son revendidos en formato pirata, Rosario y el productor Richie Viera se disparan una maroma arriesgada. Contrario a tantos otros discos en vivo, pero a su vez fiel a la nueva tendencia que ha arropado a los salseros de la mata después del inesperado éxito de la grabación clandestina del duelo de soneros de Cano Estremera y Domingo Quiñones, Rosario entregó material en vivo al que no se le alteró o se le modificó absolutamente nada. Tomado de dos presentaciones de Rosario y su orquesta en las fiestas patronales de Arroyo e Isabela, en Puerto Rico, respectivamente, lo que se apreció esa noche del sábado en el Callao, es la vigencia de la orquesta actual, tal y como suena en vivo, ni más ni menos y con toda su potencia.

 

A los cantantes actuales de la orquesta, –si hasta se parece al Guillo Rivera- se sumó Miguel Ángel Rodríguez, mejor conocido como «el Canito de Sabana Seca» -quien nos hace recordar a Miguelito Valdés. Y qué decir de Carlos Rondán y Beto Tirado, bajista y saxo barítono respectivamente, que continúan siendo los portaestandartes del sonido que por años ha identificado a Rosario [ambos llevan poco más de dos décadas con la orquesta]. Y sí señores, estamos ante la gran agrupación para bailar. Porque para filosofar ahí está Hegel y para arrepentirse, mejor buscamos al cardenal Cipriani. Esta fue la noche de Willie Rosario en el Callao. Todo el resto fue silencio. Yo la abrace a la negra. Y cierto, me la llevé al rincón. Y lo que diga el resto, es leyenda.

 

[1]       Grito orgasmal de la virtud guerrera de los nacidos bajos los cielos del Callao y frente a su mar de los abrazos.

 

[2]       Dícese del compás perfecto que guarda la prosodia de la percusión con cualquier cosa que suene a ternura. 

 

Previous post
Next post
Related Posts