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«El Tambor fue el Primer Teléfono»

 Agustín Pérez Aldave

 

Al nacer, el primer palmazo se lo dieron, dice Giovanni Hidalgo, ‘Mañenguito’. Y sabe por qué. Si hasta su cuerpo es un tambor, al que arranca los más asombrosos repiques. Hijo de ‘Mañengue’, el recordado conguero de Richie Ray y Bobby Cruz, de los tiempos de salsas poderosas como «Chiviriquitón», Giovanni creció, pues, entre tambores. Su casa del Viejo San Juan era un bullicio permanente, una rumba acelerada.

Pero el tambor no sólo es vocación y entrega generosa, sino una disciplina. Esto lo dejó bien sentado ‘Meñenguito’ el día que ofreció una clínica de percusión en el Centro Cultural Ricardo Palma de Miraflores.

Al ser presentado en el Festival Top Jazz 95, el saxofonista Paquito D’Rivera habló de sus virtudes: «A pesar de que la percusión se inventó en Cuba».

¿Cómo logra un percusionista que no es cubano convertirse en un modelo, incluso para los mismos cubanos?

Gracias a Dios, porque le da a uno la salud, el ánimo, la fuerza espiritual para poder ejecutar lo que uno piensa y siente a través del tambor. Toco lo mejor que puedo, pongo el cien por ciento en lo que vamos a ejecutar. Cuando compartes con los músicos, se forma la rumba y eso va cocinándose hasta que llega el clímax.

A los tres años de edad, el pequeño boricua sintió el llamado del tambor. Pronto aparecerían los primeros callos en sus manos de tanto repicar paredes, suelos y todo lo que se le cruzara. A los doce años, se incorpora a la banda del trompetista Mario Ortiz y después le hace unos repiques a Luigi Texidor, el sonero de «Moreno soy porque nací de la rumba y a mi padre le decían guaguancó».

 

 

Los pesos-pesados no tardaron en aparecer en su camino: ‘El Gigante del Teclado’, Charlie Palmieri, a los trece años; el descomunal Grupo Batacumbele, a los quince; Zaperoko, a los dieciseis. Y la consagración con ‘El Mesías’ Eddie Palmieri, que le abre las puertas para el jazz.

A pesar de ser joven eres ya un mito, condición que normalmente se logra en la veteranía. ¿Has estado en Cuba, la cuna de la percusión?

Qué rico. Es un honor. Pero no es broma. Es algo profundo. Yo estuve en Cuba en 1981 y 1984 con Batacumbele. En 1990, con Dizzy Gillespie y Airto Moreira, fuimos los artistas invitados de un festival de jazz.

La percusión no se agota simplemente en tocar bien. ¿También comulgas con su trasfondo mágico-religioso?

Inconscientemente. Existe todo eso. No se toca por el mero hecho de tocar. Tengo mucho respeto por el tambor.

¿A qué percusionistas admiras?

A mi papá ‘Mañengue y a mi abuelo Nando. También a Patato, Armando Peraza, Mongo Santamaría, Tata Güines y Ray Barretto. Son congueros increíbles. Lo mismo mi compadre Changuito, ‘Cachete’ Maldonado, Anthony Carrillo, Jerry González y Milton Cardona. Son buenos para guarachar.

A partir de 1986, siguen los compromisos con Paquito D’Rivera, Dave Valentín, la agrupación Camio y el bajista Jack Bruce del grupo Cream, Art Blakey y Dizzy Gillespie. Dentro de poco espera terminar con sus compromisos para dedicarse a su propio conjunto, con el que tiene dos disco editados: Villa Hidalgo y Worldwide. El tercero ya lo terminó y se va a llamar Cambiador de Tiempos.

Admirado por su rapidez para tocar las congas, dice que el nivel se adquiere con práctica contínua y amor al tambor. «A veces se hace difícil practicar, pero tienes los músculos, la mesa o un pedazo de madera. Aunque sea quince minutitos son bien valiosos. Hay que sacrificarse, porque la percusión no se termina nunca», dice.

Si bien Giovanni desarrolló por cuenta propia la técnica y la lectura musical es, fue a instancias de Pablito Rosario -Percusionista de Mongo Santamaría- que ingresó al conservatorio.

 

Giovanni Hidalgo 2

 

El día que regresaba a Nueva York armó la rumba en el hotel a golpe de cajón peruano, cuyo sonido lo ha vuelto loco. Y la verdad, fácil le ha agarrado el sabor. «De eso se trata. En la mente están grabados el ritmo y la secuencia, pero requiere práctica», manifiesta Mañenguito.

En la antigüedad, el tambor fue instrumento básico de la comunicación…

Lo sigue siendo. Seguro. Las congas son instrumentos unimembranófonos, de un parche, una madera. Es fono porque se escucha. El tambor fue el primer teléfono en el mundo. A través de su sonido se comunicaba la gente. A mi no me interesa quién soy cuando toco. Voy directo a mi tambor. Es algo que me llama, un imán.

¿Qué te gusta trasmitir a través de la percusión?

El espíritu lo sabe. Es muy complicado. Son cosas que pasan por segundo. Lo que tu sientes es amor, paz y regocijo. Es un fuego que llevas por dentro y lo sacas. Ya después que tocas quedas contento y duermes feliz.

 

 

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