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Luis Delgado-Aparicio Porta

 

Sabemos que la música tiene su origen en la búsqueda del lenguaje; esto es, en la imperiosa necesidad del ser humano de comunicarse. Para proceder a distinguir, como dicen los musicólogos, la altura de los sonidos y la facultad de proceder a la ordenación de los mismos, debemos remontarnos a unos 40,000 años, cuando el HOMO MUSICUS fue capaz de imitar los sonidos de la naturaleza. Así se comenzó a perfilar las primeras expresiones musicales asociadas a hechos colectivos, para después, con el transcurrir de los tiempos, individualizarlas.

 

Es un hecho aceptado que la voz Mousiké se aplica no solo al arte de los sonidos, “sino a toda elaboración artística que tendiera a la expresión más elevada; es decir, a ser un instrumento con el que mejorar la conducta y el pensamiento de los homínidos, pasando a tener, por tanto, un contenido ético”. (El Mundo de la Música; Editorial Oceanía- Barcelona, España, 1994). Esto queda palmariamente demostrado con el enciclopédico trabajo del Profesor Laurent Hubert, quien desde El Museo de Etnografía, de Ginebra, Suiza, nos enseña cómo los instrumentos musicales de los cinco continentes se agrupan en los denominados: Idiófanos, Cordófanos, Aerófonos y Membranófonos (Planet Musicale – Editore Priuli & Verlucca, Torino, Italia, 1995), desarrollando la composición, armonía, arreglos, instrumentación y dirección. Sobre estos  íconos se interpreta, escucha y disfruta la división de los sonidos y el ritmo, sea esta música Logogénica o Intraversa (clásica), o Patogénica y Extraversa (popular) como nos enseñó el sabio cubano Doctor Fernando Ortiz.

 

En su libro La Música Extremada (Editorial Espasa Calpe S.A. – 1996)  Guillermo Cabrera Infante nos explica que la música y la poesía tienen remotos antecedentes: “se sabe que Homero el ciego, antecedente de Johan Sebastian Bach y de Arsenio Rodríguez, se acompañaba del pífano o de una lira sola para cantar, más que contar, las gestas de Ulises y Aquiles.  En la ODISEA el personaje se ve conmovido por una canción en que un menestral de la Corte de Alcinoo, canta y cuenta el cuento de su vida”. Así, quien ha recibido el premio Príncipe de Asturias (El Nóbel en Castellano) sostiene en su libro que “es en la Edad Media que la canción se une al verso para cantar, como el bolero, penas de amor y olvido”.

 

 

Son Jorge e Isabel Castellanos quienes en la monumental obra Cultura Afrocubana en cuatro tomos (Editorial Universal, Miami , Florida, U.S.A. – 1992-1994) describen con una versación y un conocimiento asombroso el juego dialéctico entre África, Europa y América, dentro de los polos europeo-cubano y africano-cubano. Esto aunado  a las diversas publicaciones sobre la materia, me hicieron recordar, lo que con una sutil y fina ironía  en su trigonométrico talento, el célebre Carlos Monsiváis escribió en su libro Escenas de Pudor y Liviandad, algo realmente delicioso para el intelecto. En lugar de Rómulo y Remo, según él, hubo una ROMA TROPICAL que fue descubierta por Benny Moré y Daniel Santos.

 

SU MULATEZ, DE MOVIMIENTO MAJESTUOSO

 

Con antecedentes ibéricos de tres por cuatro en las seguidillas y peteneras, Jaime Rico Salazar, en su Cien Años de Boleros (Centro Editorial de Estudios Musicales Santa Fe de Bogotá – Colombia – Cuarta Edición, noviembre de 1994) sostiene que este tuvo “posiblemente origen en las Islas Baleares y en las de Mallorca, trasladándose también a Andalucía”. Dice el Diccionario Salvat de la Música (Tomo I, página 378): “danza típica española y que como las boleras, se acompañan por lo general de una o varias guitarras”.  También en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (Decimonovena edición – 1970, página 191) lo define como: “Aire musical popular español cantable y bailable en compás ternario y de movimiento majestuoso”. Sin embargo, este había llegado a Cuba en el siglo XVIII, con las diferentes danzas que dimos cuenta en nuestro anterior artículo La Etnomusicología y el Sabor.  Así de la contradanza nace el danzón en 1879 al haber escrito Manuel de Failde (1852 – 1921), «Las Alturas de Simpson», versión que estrenó el primero de enero de ese año en el Liceo de Matanzas. Esto se complementa con lo que escribe Cristóbal Diaz  Ayala en su Historia del Bolero en Cuba (Editorial Kubanacan, San Juan de Puerto Rico 1994) al señalar: “que va surgiendo otro género que se aparta de su origen español y que recoge el concepto criollo”; esto es, su mulatez.

 

Así llegamos  a quien escribió el primer bolero,  José “Pepe” Sánchez, nacido en Santiago de Cuba el 19 de marzo de 1856 y sastre de profesión, el que tuvo un intuitivo talento musical y como trovador, fue el primero que en 1885 compuso el tema que denominó «Tristezas«:

 

Tristezas me dan tus quejas mujer

Profundo dolor que dudes de mí,

No hay pena de amor que deje entrever

Cuanto sufro y padezco por ti…..

La vida es adversa conmigo

No dejes ensanchar mi pasión

Un beso me diste un día

Lo guardo en mi corazón…..

 

Sabemos que hasta este momento el baile era entre pares, formando filas y que uniformemente iban de la entrada, al paso, cedazo  y salida. Con el danzón se bailó en pareja y el bolero permitió que el contacto de las mismas sea más cadencioso. Esto se debía a que el antecedente Ibérico llegó en ritmo de 3×4 y en Cuba se le hizo más lento al transformarlo en 2×4; esto es, en  cadena y compás binario, en lo que a juicio del eximio musicólogo Natalio Galán (ver nuestro anterior artículo) sería un indiscutible “trueque sonoro”, en lo que él denominó “el degenerado bolero”.

 

 

Sus raíces son africana  y española, por ser morisco y moruno. Con los años, a nuestro juicio, la Habana es la meca y Ciudad de Méjico la  seca del género. El triunfo del bolero corre paralelo con la aparición de la radio. Si bien Tomás Alva Edison inventó en 1877 una máquina que reproducía los sonidos, Sir Arthur Graham Bell en 1888 logró pasarlo de su grafófono al fonógrafo de cilindros, siendo Emile Berliner, el que lo patentó con el nombre de disco. Se escuchó en el viejo tocadiscos Gründig,  así como en el famosísimo RCA Victor – “que transmitía la voz del amo” – , reproduciendo los discos de carbón de 78 revoluciones, mucho antes del pequeño 45 rpm y la aceptación universal de los hoy “viejísimos” 33 Lps.. Estas grabaciones formatearon para muchos, nuestra vibrante juventud.  Luego las rocolas y velloneras nos permitieron, por una monedita, transportarnos al mundo maravilloso de lo romántico hecho canción.

 

“ME FALTABA AMOR, ME FALTABA PAZ, ME FALTABAS TÚ”

 

Fue el filósofo alemán Edmund Husserl, profesor de la Universidad de Friburgo, autor del estudio Introducción General a la Fenomenología Pura, quien catapultó dicho concepto, entendido como la búsqueda de la esencia de las cosas, basado en la experiencia. Con el transcurrir del tiempo, se extendió a otras disciplinas del quehacer humano  incardinándose el amor como sentimiento que invade al hombre con la realidad, apareciendo en toda su dimensión mundana el bolero como entidad paradigmática de la pareja. Oir, sentir y bailar el bolero es tener el alma y el cuerpo predispuestos a disfrutar de la canción, invadiendo ésta las esquinas, los barrios y los palmares. En su desarrollo hay un vía crucis en sus diversos componentes, apareciendo los diversos temas como un vademécum de hechos posibles. El catalizador para escucharlo es, sin lugar a dudas, el estado de ánimo, como una segunda lengua, en donde se expresan las emociones, vaivenes y expresiones de la conducta humana.  Por ello la interdependencia con la semiótica y la lingüística.

 

Dice el filósofo venezolano don Rafael Castillo Zapata que “en el bolero están registrados a lo largo de sus voluminosos despliegues discursivos, todas las instancias vividas o vivibles, imaginadas o imaginables, por el enamorado hispanoamericano en su itinerario amoroso.  Transcurre entre los emisores que son los autores del poema; los transmisores, que son los cantantes y el grupo que los acompaña; y los receptores, quienes los recibimos con los sentidos”. Esto nos lleva a encontrar una pluralidad en los sujetos que vis a vis  se aman y se extrañan, odiando y traicionándose. Por ello lo lindo de las estrofas que escribiera el gran José Antonio Méndez, cuando compuso:

 

“Me faltaba amor,

Me faltaba paz, me faltabas tú.

Quién iba a pensar

Que hoy pudiera amar

Más  hondo que ayer”

 

Esto es como una cadena de transmisión en la que un bolero nos remite a otro. Con este género los estados anímicos varían constantemente y pasamos, de la alegría a la sinrazón; del humor a la desazón; de la paz al conflicto, en una coincidencia eufónica al decir del profesor Castillo Zapata, anteriormente citado. Por eso el magnetismo del bolero y su lógica para transformar la sombría desesperanza. Al ser protagonistas de esta odisea en la lucha homérica por descubrir el amor, también tenemos que pasar obligatoriamente de la declaratoria a la dicha y de la idealización a la idolatría, atravesando por ese serpentín de vías que Castillo Zapata describe como “la veneración y el desprecio, la humillación y la venganza” teniendo en el bolero una descripción emblemática y apropiada en la estructura de la palabra.

 

 

Los latinoamericanos nos ufanamos de tenerlo como muy nuestro, sustentando su riqueza sobre todo en su letra. Sin embargo, para ingresar en las profundidades de este océano  debemos distinguir a través de la imaginación, y de acuerdo con nuestro estado de ánimo, la aceptación del momento que se vive, los pormenores de la pasión por la cual atravesamos y la identificación con el texto que nos refleja. Nuevamente debemos recurrir a don Guillermo Cabrera Infante que sostiene que “el bolero es la ilustración poética del conflicto; la célula básica del melodrama entre un hombre y una mujer, desarrollándose en algunos casos la dialéctica del predominio de uno sobre el otro. Es lo que George Wilhem Freidrich Hegel desarrolló como la fenomenología de la mente”.

 

UN APRETÓN AUTORIZADO, CLASIFICACIÓN SOCIOLÓGICA

 

Por ello algunas veces, inconscientemente hacemos nuestro un bolero; nos sentimos dueños de él; propietarios sin condóminos; lo identificamos y nos apropiamos de él al pensar que sólo es nuestro, ya que su lírica refleja lo que nos sucede. El dominicano Mario de Jesús lo ha acuñado brillantemente:

 

“Ese bolero es mío, desde el comienzo hasta el final;

Qué importa quién lo haya hecho, es mi historia y es real.

Ese bolero es mío porque su letra soy yo,

Lo hicieron a mi medida.

Estoy seguro yo serví de inspiración.

Ese bolero es mío por un derecho casual,

Porque yo soy el motivo de su tema pasional”.

 

Su contexto gira sobre una sublime trilogía que encierra su mensaje. A través de la imaginación interpretamos la situación en la que nos encontremos, aceptando lo narrado en la lírica de cada una de las canciones. Ellas son construidas en tres opciones meridianas: El amor correspondido, el no correspondido y el traicionado. Esto lo analiza Lisandro Otero en su libro BOLERO (Editorial Letras Cubanas – La Habana, Cuba,1985). “El amor correspondido supone una corriente de dos vías; el no correspondido, implica una devoción unilateral y el traicionado (también imposible) presupone que ha existido una armonía afectiva interrumpida por uno de sus componentes. Inducen a la sensibilización y al delirio, porque la letra casi siempre es, una historia de sufrimiento o de resignación y a veces de triunfo, cuando se ha traspasado la etapa de la aflicción”. El tema es una ecuación que reune los elementos necesarios para garantizar la fusión que es el amor teniendo este, casi siempre, la complicidad de un bolero. Se oye con el músculo del corazón y puedo afirmar que no hay momento mejor logrado que el baile lento y dulce, donde las parejas, mejilla con mejilla y canturreando la canción en su breviario de la buena unión, plasman la pasión intensa (bien dicen los estudiosos y los bohemios que es un “apretón autorizado”).

 

 

Se escenifica casi siempre de noche en el curso del cual el ritmo y la palabra tocan las cuerdas más sensibles de nuestro ser. El tiempo del bolero está asociado al recuerdo porque es éste el que intensifica todas las posibilidades y matices del sentimiento amoroso que aborda:   pasión, reciprocidad, celos, nostalgia, soledad, despecho y lejanía. “En la horizontalidad de su verbo encontramos sus monólogos descruzados en diagonal que liberan el vértigo de cuánto significa, comunica, desanuda y que el ojo asombrado transmite al blanco de la hoja en algo más que palabras:  intríngulis tas intríngulis, fuegos y cenizas confundidos, lentamente el buque avanza por mareas y desiertos con la cautela de un gato tentado” (J’ATTENDS LA NUIT POUR TE REVER, RÉVOLUTIÓN, 1997, Edit. L’Harmattan, Paris, France) [primera edición en español, 2002-EDICIONES UNIVERSAL,Miami, Florida, U:S:A:]  Así la palabra cantada y el ritmo suave establecen la tensión dramática para llegar, a veces, a un remanso de ensueño. Ello indica que la palabra y melodía son una simbiosis, que a diferencia de otros géneros musicales, ninguno de los elementos se subordina al otro y ambos andan de la mano.  Escribirlo es uno de los ejercicios de síntesis más difíciles de lograr, pues la temática que es inmensa, debe estar muy bien fundamentada para alcanzar, en unas líneas, la perfecta unidad.   Como decía el poeta colombiano Juan Gustavo Cobo Borda, el bolero es la fenomenología del amor o cómo decir te quiero”. A esto hay que agregar una interesantísima investigación hecha por Tony Évora en el Libro del Bolero (Alianza Editorial, S.A., página 407 y sgts. – Madrid, España, 2001) al señalarnos en una reveladora selección “la clasificación” sociológica del Bolero respecto a los títulos, secciones y temática. Así por ejemplo:

 

Por Empleos: “Camarera del Amor”, “Te Vendes”, “Boletera”

Desesperanza: “Esperanza Inútil”, “No Vale la Pena”, “Deliro”, “Obsesión”.

Abandono:  “Nosotros”, “Historia de un Amor”, “Que Seas Feliz”.

Injurias:  “Callejera”, “Pecadora” “Una Cualquiera”, “Mentiras Tuyas”.

Imposibles: “Fiebre de Ti”, “Soy lo Prohibido”, “Se Fue”, “Compréndeme”.

Despecho:  “Soberbia”, “Qué Pena me Da”, “Cruel Desengaño”, “Ausencia”.

Añoranza: “Angustia”, “Pensando en Ti”, “Noche de Ronda”, “Vuelve”.

Ruptura:  “Amor Fugaz”, “Lo nuestro Terminó”, “Recuerdos de Ti”.

Masoquista:  “Arráncame la Vida”, “Miénteme”, “Perfidia”, “Júrame”.

Lugares: “Oración Caribe”, “Dos Caminos”, “En mi Viejo San Juan”.

Tiempo: “Parece que fue Ayer”, “Toda una Vida”, “Vendaval Sin Rumbo”.

 

LOS GENEROSOS PARAISOS DE LA SEDUCCIÓN

 

No podemos terminar sin referirnos a Don Agustín Lara, a quien consideramos uno de los más destacados e importantes compositores, con una vida azarosa, llena de aventuras y sobresaltos. Sus composiciones rayaban desde lo descarnado del despecho hasta lo tierno del  primer enamoramiento, dejando piezas que lo inmortalizaron. Su letra es vértice de todos los misterios y clave de las respuestas amorosas, hasta llegar al paroxismo con piezas como:

 

“Con lágrimas de sangre

Pude escribir la historia

De ese amor sacrosanto

Que tú hiciste nacer.

Hoy me desgarro el alma

Como una fiera en celo

Y no se lo que quiero

Porque te quiero a ti.

(Lágrimas de Sangre, 1946)

 

El bolero deja entrever los generosos paraísos de la seducción. Como explica Iris María Zavala (Historia del Bolero, Alianza Editorial, S.A. Madrid España 1991) “es un metatexto que descubre las contradicciones en el amor y el cuerpo. No es un férreo código que exige la sublimación del deseo libidinal, articulándose a través de la mirada en la concupiscencia de los sujetos”. Sin embargo es la misma autora la que sostiene que: “La canción popular actual de la cual el bolero forma parte, se transforma naturalmente en las nuevas sociedades actuales americanas. Los ritmos continúan, pero el léxico, la temática y las iconografías se recodifican”.

 

 

Para terminar, la pareja también se carga de vida con su música, como las paredes de una célula que se nutre de aminoácidos, o la mariposa que se prende de la luz de un bombillo, donde su cadencia oscila desde el vórtice de un huracán hasta el reflejo del plenilunio. Esto nos permite discurrir entre el Alfa y el Omega de nuestra existencia, guardando el equilibrio de las proporciones en la línea ecuatorial que divide el placer y el dolor, la alegría de la tristeza, el ying y el yang de nuestras emociones. Así el amor es muchas veces una lúcida ceguera que siempre termina por herirnos, como una trampa o una condena. Es todo un proceso que a veces concluye, lamentablemente,  en la arbitrariedad y la violencia, porque estimo que todo lo bueno en la vida termina, así la vida termina también. Culminamos con una coda trágica, que es a la vez, el fatídico plano donde se escenifican las más macabras y turbulentas situaciones sin solución del género. En la noche habanera de 1940 circulaba en las calles un canto gitano anónimo que hacía temblar a las parejas al amanecer. Este decía:

 

“Ni contigo ni sin ti

Tienen mis males remedio;

Contigo, porque me matas,

Y sin ti porque me muero”.

 

SARAVÁ, FAMILIA…!!!

 

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