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Agustín Pérez Aldave

 

Su obra es una declaración de principios. Música muchas veces sin palabras. Más elocuente que cualquier letra incendiaria o edificante. Piano disconforme y de silencios que sacuden.

Arte poética que disiente del cliché de la música del Caribe. Suena ingenuo decirlo, pero no todo tiene que ser llamado “salsa”. Palmieri es el metalero de la música afrolatina. Maestro de la insurrección. Si lo has escuchado, entonces El Mesías es tu tatuaje contra la conformidad y los convencionalismos de la industria musical. Por eso es un ideólogo: “Sí, somos guerreros de palo pa´ rumba”.

 

Eddie Palmieri

 

Palmieri es circular. Tradición y vanguardia. Que lo de antes puede ser nuevo, como cuando reactualiza en su clave a Arsenio Rodríguez, Guillermo Rodríguez Fife o a Ignacio Piñeiro. Que lo nuevo puede sonar a añejo a manera de antídoto contra la estandarización salvaje (a la que quiere someternos la globalización). Que igualmente transita por jazz, soul y rock y te puede llevar a viajes oníricos con su piano.

Conceptual. La justicia yo reclamo. Llama a la revuelta cuando le da al piano con los codos, con expresión de último guerrero dando la batalla y jadeos en los que deja el alma. De la mano con Spinoza, Aristóteles y las matemáticas (Ver/oír Lucumí, macumba, vudú) en su orquesta laboratorio de sonido que tiene como espíritu al tambor, Pa´la ocha tambó, correlato de La libertad, lógico… Y temprano pregonero del ambientalismo: Que lo diga Vámonos pal monte. ¿Y acaso no es un guiño Dame un cachito pa huelé?

El hombre de la barba que inventó un mambo pa´ la Gioconda. Del danzón chá inicial a las febriles descargas en complicidad con el bronco trombón. Piano a veces angustioso, a veces feliz, disonante, impresionista, académico. Veredicto en la calle del juez.

 

Eddie Palmieri

Música expansiva de la mano con preocupaciones sociales y reivindicación de sus raíces. El Molestoso de la ciudad oral. Que se recicla a base de sus propios tics y es dueño de un montuno que parece detener el tiempo en pleno delirio de tambor.  El de las canciones emblemáticas  y voluntaristas de adhesión a los cultos de la santería. Que supo temprano de la crítica social, como del humor, la debilidad del varón, el erotismo y lo cotidiano. Ritmo alegre.

El del disco blanco del pianito y el champagne que se baila y se goza. Busca lo tuyo y déjame en paz. El de los conciertos en centros penitenciarios y académicos. De actitudes suicidas en la música. El de los temas musicales de más de 12 minutos (Un día bonito),  que puede meter una guitarra eléctrica y no por eso deja de ser lo que es.

Piano social y decibeles endemoniados abriendo camino a la rebeldía: “Ay cuándo llegará la justicia”, “Condiciones que existen no nos dejan guarachar”… Mandinga, Eddie.

 

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