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Conmemorando los 26 años de su desaparición física

 

El deceso de un ídolo popular es un acontecimiento que abarca todas las emociones. Sólo así se entiende que tristeza y alegría, velorio y fiesta, sean sinónimos. Paradójico ritual el del personaje que tanta vida dio a su fanaticada, a una feligresía que lo hizo suyo. Nadie mejor que Edgardo Rodríguez Juliá para retratar esta situación en su emblemática ¿crónica-reportaje-novela-testimonio? El Entierro de Cortijo. Es que la música popular es vivencia, estampa de gente común y corriente, las venas abiertas de los barrios. No sólo canción que suena en las radios, disco de tantos aparecidos por ahí. En nuestro caso, la Salsa es, parafraseando el título del libro de Tite Curet, La Vida Misma. Sí, señores.

Este largo preámbulo es para presentar el vibrante testimonio que sobre la muerte de Héctor Lavoe me alcanza mi amigo Carlos Fernández desde Nueva York. Porque Héctor era, como decimos en jerga peruana, bien barrunto, bien barrio. Porque Héctor se quedó a vivir entre los peruanos y su sentimiento. Porque Héctor brilla por su ausencia.  (Enrique Vigil Taboada)

 

Héctor Lavoe: Un Sentimiento Chalaco

EL DÍA EN QUE SE APAGÓ EL CANTANTE

Carlos Fernández

 

“No quiero que nadie llore si yo me muero mañana, señores no traigan flores; para mi no quiero nada”.

“Solo los grandes Kaluca, solo los grandes”, repetía por enésima vez el tío Cholo, entre trago y trago de Cuba Libre. “Solo los grandes, te digo”. Y era firme. Solo un grande podía estar convocando tanto reconcentrado silencio en la cantina más bulliciosa de mi barrio, lo cual ya es un decir.

Héctor Lavoe, ¡Vive en el Callao!

La noticia se había regado por todos los rincones del mundo y del Callao también, y ahora hasta las ingrávidas gaviotas del muelle de estibadores lo sabían: Héctor Lavoe había muerto. Después de varias guapeadas con la Pelona, mi tío Pérez Martínez había conseguido lo que buscaba. Ya andaba rumbeando en el purgatorio mientras nosotros aquí en este otro, solo queríamos poner todos sus discos hasta que cogieran fuego y les diera un cortocircuito a todas las rocolas de todos los bares del puerto.

Me había despertado tarde de una resaca infame y había ido a parar allí donde Nani, casi como de rebote. Mi intención original había sido ir por un cevichazo de la tía Julia pero justo ese día no había salido a vender. Pensé que donde Nani estaria el Loco Guevara y le podría poner las pilas para hacer uno nosotros mismos. Así fue que al entrar me lo hayo al tío Cholo vestido todo de negro, con una chata de ron Cartavio y una Coca-Cola, sentado a su mesa favorita, frente a la rocola.

 

Bar Salsa 3

 

“Sobrino Kaluca, venga”
“Que fue, tío!…y esa pinta?…”
“¿Que no sabes?,…murió El Flaco”, pense que se refería a su hermano Jesús e inmediatamente le di el pésame.
“Lo acompaño en su dolor, tiito”
“Gracias, Kaluca, gracias…” me aceptó el abrazo, convenciéndome más de la muerte de el flaco Jesús.
“¿Cuando es el velorio?”
“No se sabe todavía si lo entierran en Nueva York o lo llevan pa’ Puertorrico”.

Ahí como que la ‘peliculica’ se puso patas arriba. La pena le ha comido el techo al tío, pensé. Empezaba a desvariar. Lo único que le esperaba al Flaco Jesús era el Cementerio Baquíjano. De donde me sacaba Nueva York o Puertorrico?…Sin embargo, me quede piola y decidí concentrarme en ese alto espacio de música que la cantina del Nani facilitaba. Estaba sonando “Ausencia” , un clásico de todas nuestras encerronas. En las mesas de al lado, los grupos de siempre también parecían abatidos por una noticia rastrera. Sería por lo del Flaco Jesús?.

“Tío, ¿y de qué murió su hermano?”
“¿Mi hermano?”… se me quedó mirando como diciendo: Éste cada día está peor.
“No dice que…”
“…No, sobrino!… yo estoy hablando del otro Flaco, del Único…”, y no fue necesario que explicara más pues justo en eso se desataba aquel dolido montuno coreado en tantas borracheras.
“No importa tu ausencia te sigo esperando….”

Los barrios del Callao están llenos de murales
y grafitis con los ídolos de la Salsa.

Y el Flaco, el Único, entraba con todo el salsoso despecho de su voz a darle profundidad y resonancia única a esa simple, hasta vulgar, protesta de amor contrariado. Se me hizo la luz instantáneamente. Comprendí la inusual apatía de los otros parroquianos, el luto impecable del tío Cholo, todo menos el insidioso capricho del destino de privarnos de aquel héroe malandro a quien habíamos aprendido a adorar incondicionalmente desde siempre. Tenía que ser una broma. Tenía que ser día de los inocentes o algo.

“Tio, me va a decir que…que…”
“Así es, sobrino,…mire,…”. Y me alargó un recorte de periódico con una foto que hubiera reconocido hasta de lejos. Ni siquiera leí la nota. Se me ahogó un cataplán de maldiciones en la garganta, pues la aflicción auténtica en la voz del tío era una confirmación inapelable”….anoche en la madrugada… “Seguía diciendo”… “No han querido decir de qué o cómo pero ya tú sabes que el hombre andaba ‘cagao’… solo era cuestión de tiempo”.

 

Recorte HLavoe 1

 

Recordaba los últimos videos que habíamos visto del Cantante, su rostro apoplégico, sus soneos guturales y esa desgana para seguir en un mundo indolente donde las heridas nunca cicatrizan. Era cierto, lo habíamos estado esperando sin saberlo desde hacía mucho, solo que ahora, al golpearnos de frente, la ‘berraca’ verdad de su muerte no dejaba de dolernos.

Lo estuve asimilando por un segundo eterno hasta que en mi mente fue tomando forma una decisión. Era necesario hacer algo, una celebración, un homenaje, algo que impidiera a este día memorable pasar así no mas como otro cualquiera.

“Páseme un trago, tío”
“Ya te estabas tardando, Kaluca,… dile al Nani que te pase un vaso”, me acerqué a la barra y lo encontré al Chino con una ruma de cassettes al lado.
“Hoy no se escucha mas que Lavoe por decreto del pueblo”, me dijo, “Ya tocaron todos los discos de la rocola, ahora voy a sacar las cintas. Cuál quieres oír primero?”
“Cualquiera,… todas,…”, el Chino Nani y su cantina eran famosos por la música mas que nada, era una institución de salsa en el barrio, confiaba en que no nos defraudara ahora que lo necesitábamos tanto. Volví con mi vaso a la mesa y me serví una Cuba más inclinada hacia el ron que otra cosa. Ya se me había pasado las ganas del ceviche. Me iba a curar la resaca con otra borrachera a nombre de mi ídolo Pérez Martínez. Y pa’tras ni pa’coger impulso. Sin duda se prestaba.

“Con razón la gente estaba como concentrada”, comenté como conmigo mismo.
“Claro, sobrino; así es cuando se va un grande, solo ellos pueden provocar esto”
“Tiene razón”, asentí, antes de lanzarme medio vaso encima.
“Solo los grandes, Kaluca, solo los grandes,…”, y de ahí en adelante repetiría esa frase durante toda la noche casi a propósito de nada.

Héctor Lavoe seguirá siendo “El Cantante de los Cantantes”
… y punto!

Justo en eso, del equipo de sonido detrás de la barra empezó a sonar “El Cantante” . El tema preciso, me pareció, para dejarse de tanta seriedad y empezar esa rumba celebratoria. Comencé a llevar el ritmo sobre el filo de la mesa y a cantar a viva voz esas letras que me sabía más enteramente que el Himno Nacional.
“Yo, soy el cantante, que hoy han venido a escuchar,…”

La gente en las otras mesas empezó a soltarse mas, a quitarse la apatía de la cara y a entregarse a la gozosa pena que nos reunía allí en esa cantina alrededor de una voz, ‘ La Voz ’, que acababa de apagarse pero sonaba mejor que nunca. Hasta el Sambo Munguía empezaba a silbar sobre el pico de una Pilsen vacía. Me ‘sampé’ el resto de mi trago de un tiro y cuando se desató el montuno me paré de la silla y me puse a tirar unos pasos bien ‘achoraditos’, tipo mi tío Cecilio. La gente empezó a llevar la clave o a aplaudir, no sé, pero la cosa empezó a animarse y el Chino Nani le dio más fuerte al volumen. Tanta vuelta y tanta pirueta me removieron el rezago de mala noche que llevaba encima o simplemente la emoción volvía a emborracharme y tuve que sentarme otra vez.

 

 

“Tan rápido te cansaste, Kaluca?,…”, se vacilaba el tío Cholo.
“Se me vino la de anoche”, y se me vino también de bruces el recuerdo de la Amanda , el mal rato que me había hecho pasar la noche previa al tirarme ‘roche’ para irse con ese atorrante del Gino. Después que me juró esa vez de nuestro primer chape que conmigo si era en serio. Había sido un ‘gilazo’!,… razón por la cual había terminado en casa del Mojo hasta las seis de la mañana.

“Chino, ponte “Bandolera” !… grité entre canciones.
“Al rato”, me contestó, pues ya empezaba a sonar la próxima canción; nada mas y nada menos que “Juana Peña”.
“Ella era una mujer que a muchos hombres había engañado…”
“Fulera!,…tramposa!,…”, grité parándome de nuevo a bailar, solo con mi abandono. Esa era la magia de Lavoe, siempre tenía una precisa para todo, y enseñaba a mirar el dolor frente a frente y cagarse de risa en su propia pepa.
A partir de ese momento todo empezó a transcurrir más a prisa, me dejé envolver en una vorágine de sentimientos encontrados. Y seguí bailando y bebiendo mientras el tío Cholo repetía: “Solo los grandes, Kaluca, solo los grandes!,… te lo digo…”

Y era firme, solo el gran Héctor Lavoe, el más sandunguero de los poetas malditos podía procurarme una catarsis tan sabrosa. Al diablo con la Amanda !,… no era más que una ‘Juana Peña’ barata, una ‘Bandolera’, un ‘Amor de la Calle ’, y a partir de ese mismo instante; me lo juraba a mi mismo por la Sarita , un ‘Periódico de Ayer’. Aliviado con ese elixir de despecho volví a la mesa junto al tío Cholo.
“Te proyectaste bien, Kaluca!…”
“Si, tío; me movió una espina que llevaba adentro”
“Solo los grandes,… solo los grandes,…”.

“Solo los grandes como Héctor,… solo los grandes”.

Y así estuvimos un buen rato, yo vaciándole la chata y el tío pidiendo mas, cuando en eso se aparecieron el Loco Guevara y el Mojo, mis puntas serias.

“Mi gente, ustedes!,…lo mas grande de este mundo…”, cantaba Lavoe desde los parlantes de Nani, como si los hubiera visto llegar.
“Habla, Cabezón, en que estás?”
“Aquí con el tío celebrando la muerte y la reencarnación de nuestro señor Héctor Lavoe”
“El único!”,… gritó el tío a beneficio de toda la concurrencia.
“Firme”, dijo el loco, como meditativo, “A eso también venimos nosotros. Chino, un par de ‘chelas’!…”, y pidió vaso individual para cada uno, pues quería hacer un brindis. “A la memoria de mi tío Pérez Martínez…” levantó el vaso y lo imitamos, “…el único que respira debajo del agua,… su voz nunca morirá,…”.
“Basta, sobrino; me salió poeta!”, comentó el Cholo, dándole una palmada en el hombro.
“Aquí el Cabezón es el poeta, yo no le ‘espikin’ mucho ‘inglis’ pero le meto mano también” y riendo la ocurrencia nos dimos un abrazo espontáneo entre los cuatro.
“Ya vengo”, anunció el Mojo, “voy donde la Negra Amelia por un encargo”
“Buena proyección, sobrino!”, lo felicito el Cholo, restregándose las manos de anticipación.

La tarde prometía. La cantina empezó a llenarse poco a poco, ya no quedaban sillas y muchos tenían que recostarse contra la barra. Quien pasaba por la puerta se daba cuenta que estábamos velando a Héctor y querían ser parte de la fiesta. Sin duda, era la única forma de velar al Flaco, con una rumba. Así lo había pedido el mismo en una de sus canciones.

 

Baile calle 2

 

Ya después de eso se me empezó a borrar la cinta. Dos bombas seguidas me empezaban a hacer efecto. Recuerdo solo algunos instantes inconexos. Me parece que la Vicky Ríos y la Charo Popó también llegaron, incluso recuerdo haber bailado “Triste y Vacía” con esta última. Y el tío Cholo tiró sus pasos muelleros con la Vicky , creo. Algo que solo recordé al día siguiente cuando el Nani me llamó, fue haber escrito una especie de poema o algo en una de las paredes del baño.

“Estabas inspirao, Cabezón!”, me felicitó, “No lo pienso borrar nunca”.

La verdad, yo no estaba tan convencido de que valiera tanta deferencia. Solo eran unas líneas incoherentes que el Loco Guevara me había casi forzado a escribir. Decía así:

Hermano Héctor, siempre vivirás …
en nuestros corazones.

 

A HÉCTOR, LA VOZ

 

Imposible quedarse piola/ como si nada/ permíteme el atrevimiento/ de este emocionado mamarracho/ ‘causita’, ‘broder’, ‘adú’, Héctor Lavoe/ Que duro enterarse así, sin anestesia/ que anoche, abandonado de tus amigos/ en un hospital de Nueva York,…/ pero de eso ya se encargaron los diarios/ Aquí solo cabe confesar/ que siempre te querremos de gratis/ Te debemos eso y más/ el entrañable recuerdo de lejanas noches salseras/ el excitante cimbrear de caderas de mujeres olvidadas/ y la bulliciosa congoja de innumerables cantinas/ Por ello habrá que armar tremenda rumba/ para celebrar tu canto,/ tu voz herida,/ tu arte del desenfado/ No morirás nunca/ Ya eres parte del paisaje de todos los barrios bravos de América Latina/ Eres parte de nuestro hablar y nuestra forma de estar/ Eres nuestro filósofo y nuestro chamán. Adiós, hermano, no te importuno mas/ ve y descansa con tu propio fondo musical/ te saludo con lágrimas bailando Salsa.

Me atoré de vergüenza esa vez que el Nani me lo mostró. Tuve hasta el impulso de borrarlo yo mismo pero al final entendí que valía como documento de aquella noche especial en que solo un cantante, ‘El Cantante’, fue rey absoluto de las noches álgidas de mi barrio. Era el testimonio palpable de esa emoción destrabada que provocan los héroes auténticos. Como decía el tío Cholo: “Solo los grandes…”

 

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