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Aquellos sones antes que vaya al cielo

Eloy Jáuregui Coronado

 

 

Historia viviente de la música cubana. Compay Segundo vino a Lima (año 2002) en el momento culminante de su sorprendente carrera artística que ya sumaba más de tres cuartos de siglo. En esta última entrevista, cuenta los secretos de su vital existencia, el enigma de su música y sus interminables proyectos antes que lo alcance la eternidad. Ahora está muerto Compay. Déjeme maestro por esta vez tomarme un ron a su memoria.

 

Era, como afirman los que aman con los glóbulos negros, el patrimonio de la pelvis nacional. Así fue, Francisco Repilado más conocido como Compay Segundo. Y porque su documento de afectos personales decían que nació algún día de 1907 en un anexo del paraíso que está en Cuba y respondía al nombre de Siboney, en la provincia de Oriente, el hombre es su tiempo, su longeva vitalidad y sus briosas hormonas musicales. 95 años en el cuerpo y una candela que habla de la eternidad del ritmo, aquel que hizo bailar a nuestros abuelos y que sigue rasguñando el corazón de los amores adobados en el Son. La única razón de la música para la danza del alma.

 

Y su voz suena como el bajo de Cachao, acústico y rotundo. Que sus generales de ley dicen que se llama Máximo Francisco Repilado Muñoz  y que tiene su casa, allá en el Vedado, que es punto de peregrinación y culto, los amigos llegan para que esta leyenda del son cubano explique la razón de esa existencia, ese arte de ser feliz y eterno. Salvador, su hijo, ahora me está pidiendo que le hable fuerte porque Compay tiene un zumbido en el oído por aquello de los aviones. Y Hablamos.

 

Dígame maestro, ¿Cuál es su secreto para esa vida intensa y musical?

¿Mi secreto? Mira chico, yo no hago iras, jamás me molesto, vivo alegre. Me paseo, siempre me paseo. Me gustan las ciudades, Madrid, Estambul, Berlín y ahora de viejo sólo me falta el Machu Picchu ese, que ojalá me alcance el tiempo.…

 

Oiga Compay, que usted ya casi tiene un siglo, con todo respeto.

Y qué cosa quieres que te diga. Yo me cuido en mis horarios. Duermo bastante, como con cuidado. Tengo muchos planes, por eso me cuido. Al médico le dije que me podía prohibir todo menos mi Caldo de cocote….

 

Compay Segundo 3

 

¿Qué cosa es cocote?

Es el pescuezo del carnero. Yo tomo mi caldo diario. Te voy explicar. Hiervo el cocote una hora con bastante cebolla, ajos y tomate. Luego lo cuelo y le echo harto limón para bajar la grasa. Óyeme chico, es buenísimo y me pone duro y muy contento.

 

¿Y cuántos habanos fuma al día?

Esa es mi religión. Dos cigarros diarios. Tú sabes que yo cosechaba tabaco en Siboney desde niño. Después trabajé 25 años en la fábrica de los habanos Montecristo. Incluso, hace un año, se mandó hacer mil habanos donde estaba el rostro de este servidor. Fue para mí en mi país todo un honor.

 

Este Compay que tocaba el tres, la guitarra y también el armónico -un instrumento de cuerdas de la tercera edad- cuando cumplió los diez años ya vivía en Santiago de Cuba donde boquiabierto conoce a los maestros de la trova santiaguera y a don Sindo Garay, tremendo sonero. Luego le toca la mano al Dios negro de la rumba, Miguel Matamoros y así, el suyo, fue un cielo de tambores. Con Lorenzo Hierrezuelo, fundan un dúo de a mil. Esos fueron Los Compadres. Y en el Perú, quién  no bailó con ese sabor que tenía condimento para los pies, fuego para la cintura y miel para la razón.

 

Y Compay era todo un señor. Con su pulcro sombrero de alas cortas, su pródiga sonrisa, un puro habano que arde eternamente entre sus dedos y una copa de ron añejo que ayuda a despejar cualquier duda en la garganta. Ese es Compay, o así se marquetea.  ¿Y que es el Son?. Es el primer ritmo bailable mestizo -no como se entiende la hibridez cultural-, mestizo como se habla de amor en América, como se prepara un cebiche en el Callao, como escribe un cuento Rulfo, como se construye el edificio de nuestra identidad. El Son es así la melodía hecha punto en las tonadas campesinas cubanas y que vence la etiqueta urbana y conquista el gusto citadino. Es decir, La Habana, para un infante profundo.

 

Adolescente Compay descubrió en Santiago de Cuba -bañada por el mar caribe- a un amigo descomunal, Ñico Saquito, una suerte de Tres Patines de sones ardientes. En ese entonces, ya eran suceso los sextetos y septetos que reclamaban la lascivia de la sociedad y las familias chic. Compay debutó en el sexteto los Seis Ases. Cierto, pero todavía no pasaba nada.
Con Matamoros y El Benny

 

Dígame Compay, ¿Qué hacía antes de lo de Buenavista Social Club?

Yo trabajaba en la música. Si tú oyes mi disco Duets, la mayoría de los temas están grabados entre 1950 y 1999. Yo siempre he trabajado. Por eso jamás me falta un billete de 20 dólares en el bolsillo. Aquí o en Nueva York. Tengo disciplina y ese rigor, parece mentira, sólo me da felicidad.

 

Compay Segundo 2

 

¿Por qué nunca vino al Perú?

Por ganas, no. A mí me gusta la historia. Perú siempre me fascinaba por su historia de incas y esos monumentos. Cuando en los cincuenta íbamos a viajar con Lorenzo Herriezuelo con quien formábamos Los Compadres, se presentó un problema. Yo me quedé con las ganas. No sé, aquí me cuenta que los peruanos son los que más se parecen a los cubanos, que viven muy alegres y les gusta la música y el baile.

 

Y a usted ¿Quién le enseño a cantar?

Sindo Garay, luego Miguel Matamoros y Cueto y Quintín Sánchez…

 

¿Y Benny Moré?

Y él era todavía  un muchachito. Una noche fuimos a los muelles de La Habana a buscarlo con Matamoros. Benny se hacía llamar Bartolomé no sé cuántos. Miguel le conversó, le dijo que le iba a cambiar de nombre pero que esa noche tenía que debutar con nosotros. Desde ese entonces se llamó Benny, simplemente “El Benny” y no paró de sorprendernos.

 

¿Y usted tomaba como “El Benny”?

No chicho, qué barbaridad. Yo tomó una copita de ron Matusalén sólo antes de subir al escenario. Benny se tomaba una botella. Por eso yo he durado el triple.

 

Pero Compay que fue también peluquero -esos psiquiatras en tijeras- escribió canciones de amor. Luego, integró el Cuarteto Cubanacán, debuta en la radio, y se confabula con Joaquín García y Evelio Machín para formar el Trío Cuba y grabar en la RCA Víctor, en La Habana de los años 30. Cierto, el suyo fue un profesionalismo gris. Así, debe trabajar en la tabaquera H. Upmann y desde ahí no soltó el habano. En los cincuenta y sesenta, aparte de algunas giras a México y el Caribe, Compay no destaca en una  profusa lluvia de estrellas que lanza la isla. En realidad, él mismo no se explica dónde estuvo.

 

Una verdad. Benny Moré, Abelardo Barroso, Miguelito Cuní, Orlando Contreras y todos lo cantantes de la Matancera, fueron más profusos y se adaptaron mejor a la contemporaneidad. Compay aguardó su turno. De ese tiempo es su relación  con viejos y nuevos trovadores. Entonces se le vio cantar junto a Pablo Milanés y Sara González. Un día, tras largos años de trabajo, se despidió de la fábrica de habanos y se prometió vivir su tercera edad a plenitud. Ganas le sobraban.
Todo lo que siguió después pertenece al reino de la leyenda. Compay, de pronto apareció en el Olympia de París, pasó al Carnegie Hall de Nueva York, cruzó por Londres y llegó a Madrid. Dicen que lo vieron en Beirut y que descendió a Buenos Aires. En 1998 gana el Grammy por su participación en el primer volumen de Buenavista Social Club y ni modo, llega al cine con la película de Winders. Sus discos Lo Mejor de la Vida, Calle Salud y Las Flores de la Vida retrataron un estilo que preserva la tradición cubana y que hace bailar.

 

Compay Segundo 4

Pero la historia cuenta que desde que en 1948 conforma Los Compadres siendo músicos exclusivos de Radio Cadena Habana. Desde aquella vez que el locutor de esta emisora los bautiza como Compay Primo y Compay Segundo y hasta que en 1956 forma su propio conjunto, bajo el nombre de Compay Segundo y sus Muchachos, este músico cubano, que estará en Lima con el trío de su hijo Salvador, Benito Suárez y Julio Fernández, ha perseverado en tocar y cantar aquel repertorio inconmensurable del Son. A los 95 años era un prodigio del ritmo. Nunca como en este caso la palabra añejo hizo tanata justicia a lo auténtico, noble e interminable. Cierto, existieron otros, Compay hasta el lunes 14 de julio de 2003 era el único que quedaba  vivo. Y qué honor para este cronista el haberlo conocido. Y en la eternidad también se baila el Son.

 

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